¿Quién diría? Hace un siglo, lo que hoy es el balneario más internacional de América del Sur era sólo un caserío llamado Villa Ituzaingó, una referencia que apenas se distinguía entre la inmensidad de los médanos, el mar abierto, la impiedad del temporal, las gaviotas y los bosques de pinos, que por entonces echaban su primera sombra gracias al tesón de Antonio Lussich, el empedernido pionero que, siembra mediante, se propuso con ellos hacer frente al viento y domesticar el paisaje de modo de hacerlo más amigable a la vida cotidiana.
Hoy, mil rostros tiene la ciudad cuyas chimeneas echan humo de leña cuando llega el invierno, sosegado y ocre, que disfrutan quienes son ya sus pobladores de todo el año. Y que luego, cuando llega el verano, se vuelve celeste, dorada y estridente para ratificar, temporada tras temporada, el mito de lo interminable de sus playas con un abrazo cada vez más amplio, que acoge todas las caras. Todas caben. Todas tienen sitio.
Punta del Este es tumultuosa, pero también exclusiva. Y es internacional, pero el ritmo que la hace latir cada verano es el que inyectan los argentinos. Y es la más moderna, pero también la más clásica. Un clásico que cumple su primer siglo. Por aquí pasan, todos los años, las modelos más lindas del mundo. Pasan el ruido, la moda, la buena cocina, el buen gusto, el arte, el espectáculo y las conferencias. Y antes, no mucho antes, por el mismo sitio pasó, por ejemplo, Ernesto “Che” Guevara, vestido de miliciano y mate en mano, para hablar, en este enclave exclusivo, de “revolución”. Pasó también, y cayó enamorado, Vinicius de Moraes, quien puso música a la península con sus inolvidables noches de bossa nova en La Fusa. Y pasó la risa con Les Luthiers, y tanto pasaron que uno de ellos, Daniel Rabinovich, quedó atrapado por el encanto y echó raíces.
Punta del Este atrajo muy pronto, mucho antes de ser lo que hoy es, a un puñado de argentinos que encontraron en sus playas un paraíso cercano y de privacidad garantizada, dada la epopeya que, hasta hace pocas décadas, significaba llegar aquí. Mucho antes, por cierto, de que los cortes de rutas de esta temporada se impusieran como obstáculo insalvable del viajero. Y cruel barómetro del incomprensible desencuentro entre dos gobiernos hermanos……….