La libertad de quitarse la ropa

Durante años pensé que la desnudez era algo que había que esconder. Así nos lo enseñaron desde niños: cubrirnos, no mostrarnos, tener pudor. Crecí con esa idea, sin cuestionar demasiado.

Pero un día me animé a ir a una playa naturista, y ahí todo cambió. Recuerdo el momento exacto en que me quité la ropa: al principio sentí nervios, pero en segundos esa sensación se transformó en alivio. El sol en toda mi piel, la brisa fresca, el mar rodeándome sin telas de por medio… fue como redescubrir mi cuerpo, pero de una manera simple y natural.

No había juicios ni miradas incómodas, solo personas disfrutando de lo mismo: la libertad de estar tal cual somos. Fue entonces cuando comprendí que las limitaciones estaban en mi cabeza, en esos prejuicios aprendidos que nunca me pertenecieron.

En ese instante comprendí que las verdaderas barreras no eran la ropa, sino los prejuicios que cargamos desde niños. Y al dejarlos atrás, junto con las telas, descubrí una ligereza nueva, una paz que me envolvía de adentro hacia afuera.

La desnudez no es escándalo, es verdad. Es un regreso a lo simple, a lo auténtico, a lo que siempre fuimos antes de que nos enseñaran a temernos. Y cada vez que me libero de la ropa en un espacio naturista, siento que vuelvo a mí mismo, más cercano, más humano, más libre.

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